“No, YO tengo principios”.
“No, YO tengo ideales”.
No, yo no.
Y me cago en los principios, en los ideales, en la idiosincrasia y en la puta y jodida coherencia que nunca tuve ni pienso tener. ¿Que es la coherencia? ¿Qué valor tiene? Sinceramente, qué mente tan estúpida podría pensar que actuar de la misma manera toda una vida es digno de aplausos de pie. La mía no.
La moral es tiempo. Sino, nuestras abuelas tendrían minifaldas en sus fotos en blanco y negro. ¿Por qué ese prejuicio idiota para con la dinámica, la renovación o el cambio?
Si yo fuera violento, y de pronto, le pegara a mi hija…¿Estaría mejor si lo hiciera todos los días? “Por lo menos es coherente, actuó así toda su vida”. ¿O no es eso lo que se pide en general? “Coherencia”.
Ese esfuerzo social, eterno y sin descanso de ser “coherentes” es la base de una sociedad hipócrita, esclava de sus palabras. Una sociedad que nunca se va a liberar para poder ir pensando distinto, adaptándose a los tiempos y espacios en constante cambio y renovación.
“Ah, NO, pero vos antes decías otra cosa”. Sí. Probablemente mañana vuelva a decir otra. Y otra. Es más, seguramente mañana me despierte y piense lo contrario a esto. Al fin y al cabo, no me pueden decir nada.
Soy coherente en mi incoherencia.
Siempre,
o bueno… depende.
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