lunes, 22 de noviembre de 2010

El arte de vacacionar siendo un adolescente idiota y descerebrado


A los 16: Miramar.

No vale la pena relatar lo que ocurría en Miramar. Todos lo recordamos y pensamos lo mismo: con qué poco nos divertíamos.

A los 17: Pinamar (previa a Bariloche)

Este primer viaje resulta un descontrol. Terminas con ampollas de caminarte Bunge buscando un grupo del sexo opuesto. Ves como los autos de la gente canchera (307’s negros, con 3 o 4 putitas arriba y un banana re tatuado escuchando un tema de Primal Scream), pasando por Avenida del Mar mientras a vos te pica la arenita en las gambas y tense que caminarte 3 kilómetros desde el centro a las playas más cancheras, donde se juntan todos los boludos como vos, en Cocodrilo o UFO.

Ahí, la gente se apila como caca en un baño químico, y todos están más vestidos que en una gala de los Martin Fierro. Y vos que pelaste musculosa recortada, alpargatas viejas y un traje de baño que tiene 5 veranos… te queres morir.

Todos parecen del cast de “Casi Angeles”, las minitas tienen todas un principio de anorexia, el pelo larguísimo y blondo hasta el final de la espalda. Ellos, por otro lado, tienen puesto un jean carísimo, havaianas y nada arriba. No les falta UN músculo por desarrollar, y no tienen pelos. Vos, en cambio, pelaste buzarda y tenés un sweater en la espalda (repleta de pornocos) y de lejos, ves como estos niños bonitos pelan un Gilbert y se organizan una tocata, para terminar sudados y levantarse a esa minita por la que fuiste.

La tarde sigue en los departamentos de estos loquitos bárbaros, de los que hablan TODO el día. “Ay, no sabes, el departamento es un quilombo, está todo lleno de vomito y durmió gente que ni conocemos”, ay pero qué gracioso, imbécil.

Parece que la posta en este tipo de vacaciones es que el resto pueda ver cuánto tomaste y que tan descontrolado estuviste la noche anterior, cuanto peor la hayas pasado, más copado sos.

“Ay boluda, ayer tuve un coma alcohólico en la playa y creo que un aneurisma, pasó todo cuando me estaba garchando al hooker del CASI en una carpa de la playa de DirecTV, encima ni me cuide, soy una loca”, ¡bien nena, sos un éxito!

Y todo transcurre así: ver gente re-linda, re-borracha. De eso se trata Pinamar, ir por Avenida Libertador viendo manadas de adolescentes ebrios caminando por Av. Libertador, haciendo dedo para que los lleven a Ku. Sumamente recomendable eh.

Los otros de 17, los que van a Villa Gesell

Acá van los que se tuvieron que bancar ellos mismos las vacaciones, porque sus papis les largaron menos guita que a los que fueron a Pinamar. Acá la movida es más o menos la misma, nada más que en vez de sonar David Ghetta, suenan Los Piojos por todos lados.

Por las calles se ven pibes con remeras de todos los clubes de futbol del mundo. Cada tanto, se cruzan dos simios hinchas del mismo cuadro, se abrazan, y le cantan “puto” o “amargo” a otros cabezas que también se juntaron pero con otra camiseta. Esto parece ser lo que más les divierte: cantar que son los más locos, que van a matar a los de tal hinchada, que los corrieron por tal avenida y que su club “es un orgullo, lo más grande que hay”. Un asco.

Por otro lado, la gente se confunde de grupos de amigos porque todos parecen llevar lo mismo: el sweater coya. Ese sweater Bariloche, que para una persona alérgica puede representar la muerte. Todos tienen uno, tanto ellas, como ellos: el más común es el gris y negro. Tan lindo como morir ahogado.

Las chicas usan esas polleras largas, hindúes, que son menos sexys que los pelos del dedo gordo del pie. Pero ellas las usan y se sienten re en contacto con los pueblos originarios.

Acá sino te gustan los Redondos de Ricota, cagaste. Cuando vayas a la 105 y 3, y los veas a todos tomando birra en la vereda, cantando un “Me mata Limon”, te vas a sentir un alien. Eso si: para no parecer extranjero, procurá comprarte muchas muchas artesanías, y si podes andá con un artesano a que te haga una trenza. Eso pega mal, y la gente te va a adorar porque vas a parecer uno más.

El viaje de egresados: Brasil o Bariloche

Bariloche es una ciudad sumamente mitificada. Mucha gente habla de su viaje de egresados como algo que realmente le cambió la vida. Por lo general, esta gente cuenta una, y otra, y otra, y otra vez qué tan borracha terminó, la cantidad de minas que se tiró, y el desorden que era su cuarto (otra vez).

Realmente, al único que le importan esas historias es a él: todos estuvimos borrachos alguna vez, ¿Qué tiene de especial vomitarse y amanecer con un preservativo utilizado sobre la panza dentro de una bañadera rebalsada?

El joven promedio tiende a pensar que su descontrol es gracioso, y por eso le cuenta a todo el mundo que es un loco que toma muchísimo, cuando en realidad, es algo que hacen todos: una carrera imbécil hacia la misma nada.

Todos tenemos un amigo pesado, que vive controlando nuestra bebida: “Che, te tomaste dos y yo me tomé 6”. Qué bien capo, yo tomo porque me gusta la cerveza, no porque es un concurso.

Aquí en Bariloche todas estas cosas se potencian. La gente juega juegos donde tomar es la penitencia… ¿EH? Yo tomo whisky porque me gusta su gusto, no porque es una penalización porque no se contar las patas de un pato. Y me paro a mear cuando se me canta el orto, pelotudo.

Bueno, perdón. Lo cierto es que la estadía allá pasa por ver cómo los tirabolas (grupos de gente que se viste de la misma manera, por lo generalmente con colores tipo naranja o amarillo por si pierden, que no terminan de creer qué es la nieve, y la miran y la tocan como si fuese oro liquido), se tiran a hacer culipatín.

Después están los que van al cerro Catedral, por lo general mujeres reprimidas que nunca vieron un pene y que súbitamente lo descubren y parecen enloquecidas por lo que les divirtió este nuevo elemento. Este grupo de mujercitas estrenadas sexualmente aprovecha este viaje para hacer todo lo que sus padres nunca las dejaron hacer: meterse con ropa a una pileta climatizada, mostrar las tetas, hacer petes, fumar, emborracharse y darle besos a los chicos de zona sur cuando bajan a bailar a lugar inmundos como Cerebro, Pacha, y todos esos boliches de mierda.

Después están los pendejos, que si tienen poquito cerebro, en estos viajes lo terminan de perder. Acá la joda es cantar canciones femenino-repelentes del tipo: “Si nos organizamos, cogemos todos”……¿EH? Ni con una infraestructura del tipo de la ONU podrían tener sexo, pendejos malcriados. Lo único que hacen es cantar canciones futboleras y ponerles cosas insólitas en el medio: “Ay que saltar, ay que saltar, el que no salta se va ir a Pinamar” (cuando, seguramente, todos ellos tienen un departamento alquilado ahí para el verano). Lo cierto es que estos niños se emborrachan y se pelean, porque es la única manera que tienen de solucionar un conflicto, como los monitos. Las únicas palabras que pueden decir son gato, guacho, rancho, gil, logi, salame, zapato y –lógicamente-, solucionar un problema con esas únicas palabras no es fácil, por lo que terminan en agresión.

Después están los bombos, las banderas, y los cánticos de los colegios privados que son graciosísimos. En ellos, podemos ver a chicos que –por miedo-, jamás se atreverían siquiera a pisar las inmediaciones de un estadio de futbol, pero se muestran como barrabravas. “La que fuma, marihuana, la que to-ma co-caína… Ay, ay, ay, a los del Northlands los vamo’ a matar”, cantan. Delirante.

A los 18 :Los más coquetos a se van para Punta, los que no, repiten el descontrol

Si Pinamar era “imitar para ser”, en Punta del Este ni siquiera hay que molestarse por ser uno. Con vestirse como lo hacen en las publicidades de Wanama (¿o eso es grasa?, perdón, ya no se), alcanza. Caminar por la calle es como caminar por un free-shop, podés oler las fragancias más caras del mundo una atrás de la otra (de Givenchy a Carolina Herrera), y las calles parecen pasarelas.

Tipo 5 de la tarde, tanto las chicas más coquetas de ORT, como las más chetas del Esclavas, o Inmacaludas (que ni existe, pero hablo de esos colegios cristianos de mujeres donde casualmente se acumulan las lesbianas y las prostitutas), van a comer facturitas calentitas con mate –que ni les gusta, pero queda canchero y uruguayo-.

Van vestidas onda “no me importa nada”, pero en realidad estuvieron eligiendo durante hora y media cómo vestirse cosa de dar esa imagen. La posta es parecer una anoréxica que desayuno whisky, tiene aliento a pene y no le importa su vida, onda re-descontrolada. Después de comer facturas, se van a vomitarlas a un inodoro para no estar hinchadas al día siguiente.

Ahí vemos como toda la gente HERMOSA MAL, deja las canchas de polo para acumularse en La Barra o en La Mansa Parada 5.

Acá en Punta los más chicos se ponen re-ansiosos porque los papis no les llevaron en cuatri (que quedó en la casa de Carilo), entonces se van a romper las bolas a la Gorlero.

A los 19/20: Se cansaron de la vida playera

El líder de tu grupo suelta la voz y se rebela. “Me cansé de la playa”, confiesa. Entonces, sale lo que es “la primer mochileada”. ¿A dónde? Al sur, de una. Todos se compran mochilas, y por primera vez en su vida, mapas. No son necesarios, porque el trayecto que va de San Martin de los Andes a Bariloche lo hacen 100.000 adolescentes sucios todos los veranos, por lo que con seguir a la masa alcanza. Pero todos se compraron un mapita de la Esso, esos grandes con miles de rutas que en tu vida vas agarrar porque fuiste y volviste en micro.

A los 21: El viaje al Norte

Mochilear te cabió mal. Te sentiste re bohemio y en contacto con la naturleza. Además, te encantó con tus amigos solos frente al mundo en la aventura total (a pesar de que comiste en McDonalds y el 70% del camino de los 7 Lagos lo hiciste en las combis de La Araucana).

Entonces decidís irte al Norte, a donde tipo hay coyas o tobas, o algo así, no te importa: son indiecitos re lindos para sacarte una foto y simular que te importan. Una vez que llegas la pasas BIEN COMO EL ORTO, te cagas de calor y el polvo se te pega a la transpiración, pero vos le decís a todo el mundo que estás bárbaro. Y bueno, lo lograste, llegaste al Salar de Uyuni y te vas a poder sacar una foto con tus amigos saltando todos al mismo tiempo y, de ahí en más, todos van a pensar que sos re-mochilero y bohemio. ¿Ahora sabes que te falta? ¡Ser fanático de Manu Chao y del porro y listo!

LOS PEORES: LOS DEL WORK & TRAVEL

Esto también es conocido como “Andá a otro lugar del mundo y labura como un esclavo como nunca lo harías en tu país”.

Esta gente piensa que “lavar copas en Las Vegas es canchero”. Es difícil de creer, pero este tipo de muchacho viajá a los lugares más remotos para trabajar como un condenado a muerte, pero con un detalle: PAGA POR HACERLO.

Muchos de los que fueron a Estados Unidos hablan de ese país como la tierra de la libertad, y que les da mucho orgullo estar ahí porque sienten que deberían haber nacido en ese lugar, en vez de Argentina. “Los yanquis te tratan re bien”, suelen decir.

Pero la verdad es que esta gente nunca vió una manifestación del Tea Party pidiendo que los latinos les dejen de robar el trabajo, o una reunión de rednecks en Arizona reclamando que se cierren las fronteras. Habría que llevar a estos argentinos que se sienten parte de la sociedad estadounidense a que se paren enfrente de estos grupos y les pregunten: “Che, soy argentina y trabajo acá, ¿Qué piensan de mi?”. Ahí te quiero ver.

Pero bueno, mejor limpiar litrinas en California que en Balvanera, ¿no?

Mar del Plata: Para los de siempre

Jamás iría a una ciudad donde la gente paga por ver a Nito Artaza. Pero parece que hay gente que sí.

Aunque suele estar asociada a los jubilados timberos, MDQ pasó a ser un destino canchero en los últimos años y una opción interesante para lo que no se pueden ir a Ecuador con una valija llena de dólares o los que no pudieron viajar a sacarse una foto sosteniendo o empujando la Torre de Pisa. La realidad es que no es así, y Mar del Plata no es canchero, pero esta bueno creerlo para no volarse la gorra.

Carlos Paz

Cualquiera puede hacer chistes faciles, mejor me los ahorro y ni hablo.

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